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“Pero quién te manda” o cómo convertimos a la víctima en culpable

Hace varios meses mi pareja se compró un teléfono celular nuevo. Al día siguiente abordó el Metro de Caracas en la estación Chacao y, cuando llegó a su destino, el teléfono había desaparecido en manos del ratero de turno. Nos avisó a todos, muy triste por la pérdida de su teléfono, y las reacciones no se hicieron esperar “¿pero quién te manda a montarte en el metro con ese teléfono?”. Nadie parecía entender la rabia, impotencia y tristeza que sentía porque su teléfono nuevo, que tanto le había costado conseguir, ya no estaba. Y encima de todo, tener que lidiar con el sentimiento de culpa por el robo. Porque al parecer en este país si te roban, si te violan, si eres víctima de cualquier tipo de violencia, es tu culpa.

¿Pero quién te manda?

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Cuando alguien comenta que lo robaron y otra persona comenta “¿quién te manda a salir a ese lugar?”, esa persona no está muy lejos de Mukesh Singh, un conductor de autobús de la India que fue parte de una violación grupal y asesinato de una mujer de 23 años en Nueva Delhi, quien justificó el hecho diciendo que “el trabajo de una mujer es su casa, no estar en discos y bares en la noche, haciendo cosas malas, vistiendo ropa inapropiada”.

El poner la responsabilidad del crimen sobre la víctima justifica al malhechor, le libera de la culpa, lo hace parte del sistema y normaliza sus hechos. Eso es algo que ocurre con frecuencia en nuestra sociedad. El año pasado robaron y casi secuestran a una persona que conozco en Twitter, ella hizo varios tweets describiendo su experiencia y en vez de despertar solidaridad y apoyo, lo que recibió fueron muestras de irrespeto y burla, como si no entendieran lo terrible que es esa experiencia, algunas personas se mofaron de sus sentimientos, del miedo que sentía. Porque pareciera que si te quejas del mal servicio al cliente en algún lugar, de que te robaron, o que abusaron de ti eres débil y ridículo.

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En Venezuela estamos atravesando un periodo de crisis en lo que a seguridad se refiere, y son pocas o ineficientes (quizás inexistentes) las iniciativas del estado para cambiar esta situación. Pareciera que el sistema legitima estas situaciones. No tenemos una red institucional que abogue para que se haga justicia. Cuando vas a poner una denuncia por algo como el robo de un teléfono, la policía casi se ríe en tu cara. La sociedad espera vivir estas situaciones que suceden a diario. Ser víctima de la violencia es lo que se espera, y el silencio de las víctimas sólo refuerza ese status quo. Si a eso le aunamos el machismo de nuestra sociedad, en el que está muy mal visto que un hombre exprese temor, o que una mujer ejerza su libertad para vestir de determinada forma, tenemos la receta perfecta para la naturalización del caos.

No tienes la culpa

En otro artículo les mencioné la importancia de las emociones como la tristeza, el miedo y la rabia; y cómo es contraproducente hacer un chiste de las situaciones negativas que vivimos, porque eso evita que cambiemos. Algo similar ocurre con la normalización de la violencia. En la medida en que sigamos aceptando como algo natural el crimen que sufrimos día a día, mientras sigamos aceptando como algo natural ser víctimas de la violencia y avergonzando a quienes levantan su voz para decir que lo que vivieron no está bien, no podremos lograr un cambio.

No es tu culpa que te hayan robado por usar el metro, el largo de tu falda o tu atuendo no tienen nada que ver con el hecho de que te digan cosas inapropiadas en la calle o que te toquen sin tu consentimiento. Es importante asumir que esto que estamos viviendo no es normal, no es natural que no puedas contestar una llamada por temor a ser robado, no está bien vivir eternamente asustados y estremecerte cada vez que te pasa un motorizado cerca. En este momento, en muchos lugares del mundo las personas pueden caminar con tranquilidad, jugar con su teléfono en el transporte público y no tienen miedo a salir de noche. De hecho, hace un par de décadas, eso era lo que vivíamos en nuestro país. La violencia y la inseguridad desmedidas son relativamente nuevas.

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Es necesario no acostumbrarse a vivir en este desastre, pues en la inconformidad está el secreto para cambiar. Evita disminuir o tratar de ridiculizar con tus palabras las vivencias de los demás. No temas decir lo que sentiste si eres víctima de un crimen. No se trata de perder el sentido común y pasear en la madrugada con un fajo de billetes en la mano por un lugar peligroso, hay que aceptar la sociedad en la que vivimos, sino de transformar de forma consciente tu perspectiva de las situaciones. Quizá no podamos hacer nada para eliminar el problema de la inseguridad, pero nuestra actitud puede convertirse en los cimientos para transformar nuestra sociedad.

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