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De madrugada soy traficante.

Es temprano en la mañana. Son las seis, tal vez las seis y media. Me detengo un momento para pensar si realmente le necesito. Sí, sí necesito. Luego de la ducha, el café (negro) y un zombi caminar, decido salir al frío sancristobalense (que cada día se va más rápido al salir el sol). Enciendo el auto y subo el volumen de la música para vencer la pereza y el sueño (y un poco de rabia).  Si lo recuerdo, sintonizo La Mega para escuchar a Chataing. A veces, depende del animo, río. Decido la ruta de siempre. Es más fácil en el mismo sitio, verá usted:  ir con frecuencia, saludar a su proveedor, conversar con la gente del lugar, «dejar para el jugo», comprar otras cosas, todo contribuye con el logro del objetivo: conseguirle. Pienso cuál comentario iniciará la conversación para no parecer desesperada. Por momentos siento estrés, pero recuerdo que le necesito y bueno… paciencia (más).


Arribo al sitio. La cantidad de personas es la usual para la hora. Trato de recordar cuál frase elegí para comenzar a hablar pero la olvidé por el sueño. Sonrío y saludo. Pongo en práctica otro de los métodos: señas. Me siento entrenadora de béisbol: guiño el ojo derecho (no sé hacerlo con el izquierdo), levanto mi dedo índice sutilmente a la altura de la cadera, guiño el ojo nuevamente, sonrío, levanto el pulgar  para indicar agradecimiento y vuelvo a comenzar. Recibo como respuesta un «ya va» con gestos.  Camino, comento la noticia del día anterior, busco con la mirada al proveedor mas «pana» y le recuerdo que estoy esperando. Compro otras cosas para desviar la atención. Sigo esperando. Todavía no pago. Comienzo el ritual de señas por tercera vez y percibo afirmación. Trato de no sonreír demasiado, no quiero ser evidente.  Me entrega una bolsa de papel marrón y rápidamente la guardo en las otras bolsas de plástico. Camino rápidamente y pago mi mercancía. Me retiro.

Regreso al auto. No miro la bolsa. No sé si es buena o mala. Olvido preferencias. Hace tiempo dejé de esperar la de mejor calidad: no se consigue. Me siento agradecida, gané una pequeña batalla, lo logré. Los días en que era fácil no los recuerdo, tengo años practicando este ritual, me acostumbré. Aun hay rabia, sí, pero el conseguirle la disipa un rato. No importan muchas cosas que minutos antes importaban. No recuerdo qué dijo Chataing. Estoy más despierta y menos zombi. Estoy tranquila. Estaré tranquila por unas 24 o 48 horas más. Tengo un litro de leche. Sí. Un tonto, breve y efímero litro de leche.  En Venezuela, este hermoso territorio lleno de sabanas, llanos, montañas, desierto y todos los animales que vienen con ello, no se encuentra leche de vaca ¡De vaca! No pido de un animal en vías de extinción, o algún otro que no sea posible tener en el país. En mi Venezuela, que recibo y amo cada vez que otro no la quiere, llena de petróleo (para no perder la costumbre de decirlo y re decirlo) NO SE CONSIGUE LECHE DE VACA. Sabrá usted a quien lanzarle la culpa, ya que ese parece ser nuestro deporte nacional.

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Yo, por mi parte, de madrugada soy traficante.

Aviso: ninguna gota de leche fue malgastada al escribir estas letras.

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