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Nunca me gustó el carnaval, hasta que descubrí que era el “mundo del revés”

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Me crié en la ciudad de Buenos Aires. Durante mi infancia, allá por los años sesenta, existía la muy arraigada costumbre de jugar con agua. Mojar a todo el mundo, especialmente a las mujeres y chicas. De muy pequeños nos mojábamos con “pomos”, especies de botellitas con pico para rociar a los demás. Algunos mojaban con baldes, pero sobre todo con “bombitas”, globos pequeños llenos de agua, a veces hasta de hielo.

Los chicos de mi barrio las llenaban poquito para que no se rompieran tan fácilmente, y te produjeran bastante dolor. Cuando las tiraban en la espalda, te dejaban sin respiración. Era un juego de varones contra chicas, y viceversa, con bastante violencia.

Como parte de estas costumbres, estaba la de mojar a cualquier persona que caminara tranquilamente por la calle. Así fuera ésta a su trabajo, a estudiar, o a hacer cualquier actividad para la cual se vistió y arregló.

En la ciudad de Santa Fe, donde vivían mis abuelos, era aún peor, porque pasaban camiones llenos de jóvenes, y no tanto, mojando a quienes se interpusieran en su paso. Todavía recuerdo cuando unos vecinitos de mi nona, nos corrieron a mis primas y a mí, hasta que logramos entrar a la casa y escondernos, y tiraron tantos globos contra las ventanas de la puerta del garaje, que reventaron los vidrios. Fue a la hora de la siesta, costumbre muy santafecina, y despertaron a todos los adultos que estaban en la casa. Lo que más me molestaba, era que a todos les parecieran juegos normales.

Lo único lindo del carnaval era disfrazarse, con una careta o máscara, o algún trajecito divertido para salir a jugar. Al agua se jugaba de día, y el disfraz era para la tarde-noche, momento en que se organizaban bailes en los clubes de barrio. El origen de las máscaras y disfraces, pareciera tener origen en la necesidad de ocultar el rostro del “pecador” en noches de tanto descontrol.

Ya de adulta, en la ciudad de Mérida, Venezuela, viví también los carnavales pero sin tanta agresión, tal vez porque había crecido y ya no se jugaba tanto al agua. En esos días se festeja la “Feria del Sol”. Son los días de más turismo del año. Con corridas de toros durante varios fines de semana, y mucho consumo de alcohol, fuera y dentro de la Plaza de Toros. Con multitudes que presencian la tortura y asesinato de un animal completamente indefenso. Es prácticamente imposible circular en carro por la ciudad debido a las enormes colas que se forman. Se arman tarimas en diversos lugares, en las que se colocan altoparlantes con música, para que la gente baile y consuma más alcohol. Cuando los turistas se van, a lo largo de la avenida donde está la Plaza de toros y las tarimas, quedan las montañas de botellas de ron y latas de cerveza.

Para mí, eran días para alquilar películas y encerrarse en casa.

En Uruguay el carnaval es un fenómeno muy interesante, porque tienen el candombe afro-uruguayo y las murgas, con bailes y letras muy contestatarias, característico de la esencia del carnaval en sus orígenes. Los uruguayos van a los clubes a escuchar esas letras que se renuevan todos los años, con temas de la vida cotidiana, sátiras políticas, fútbol y bromas sobre las modas femeninas.

Cuando en la Universidad me tocó leer sobre la “carnavalización” del mundo como concepto, y descubrí la historia del carnaval como práctica de resistencia y transformación colectiva, encontré un mundo con significaciones desconocidas para mí. Me encontré con que en la época medieval, el Carnaval era un período de permisividad, descontrol y crítica social, en el que se ridiculizaba a los gobernantes, a los nobles y al clero.

Y como el resto de los carnavales mundiales, es una suma de diferentes fiestas paganas asociadas en este caso a la Cuaresma en el tiempo litúrgico del calendario cristiano (cuadragésimo día antes de la Pascua). Se juega al “mundo del revés”, a la permutación constante de lo “alto” y lo “bajo”, parodiando y ridiculizando autoridades, personajes públicos, modas y costumbres sociales, como parte de la cultura popular.

Hoy día el carnaval es una fiesta basada en la risa. No hay orden jerárquico, no hay actores y espectadores, todos los límites se rompen, como en el internet de hoy, donde todos tenemos acceso a todo, donde se democratizan los saberes, donde podemos pensar en una sociedad dialógica, pública y abierta, en la que todos podemos exponer e intercambiar nuestras opiniones.

Foto: saigneurdeguerre

Por LaChenena

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